Has venido a mí de repente, un fugaz recuerdo de otros tiempos, te has aparecido en el lugar donde viven mis recuerdos. Cómo te vi el primer día, cómo te cogí con cuidado, como si fueras a romperte, cómo fui aprendiendo poco a poco tus más íntimos secretos. Cómo tú, rebelde ante mi torpeza, me ensuciabas y no respondías exactamente a lo que yo esperaba y cómo, al final, después de haberlo dado todo quedabas exhausta, poco a poco dejabas de hacer aquello para lo que habías sido creada.
Recuerdo tu vestido negro, tus formas que se adaptaban casi perfectamente a mi mano, tu sombrero, que al retirarlo dejaba al descubierto esa filigrana de plata y oro tan delicada que era parte de tu esencia.
Cuánto hemos caminado juntos, cuánto hemos subido y bajado en rápida sucesión a veces, otras en insegura, muchas para bien, algunas para lo contrario.
Tú que has sido mi confidente, mi amiga, el vehículo de mi desesperación, de mis desengaños, de mis pensamientos, de mis palabras de amor, de mis mejores deseos y también de los peores, de mi memoria, de mi futuro...