Imaginando retratos - XVII

Estando al borde de la muerte y esperando la patrulla de rescate, paso el tiempo mirando a mi alrededor.

Desde mi cornisa aprecio un saliente y empiezo a imaginar lo que otros antes que yo quizás también hayan visto. Parece la cara de un hombre que mira hacia la lejanía mucho más allá de la cordillera, mucho más alla de la mar océana, como si esperase a alguien que tiene que llegar.

Es como un vigía en su atalaya, como un novio en un andén, como un padre que trabaja lejos de casa, es el capitán de un barco barruntando la tormenta, un místico o un asceta buscando su alma.

Es una mole de granito rosa que tiene un saliente, como si fuera un arco ciliar, sobre un entrante que le da la apariencia de mirada en la lejanía; luego desciende de forma suave en pendiente y bruscamente vuelve a entrar dando la apariencia de una boca seria, apretada.

Mi compañero de espera no se inmuta, parece que no le importa mi desgracia. Él esta allí, a lo suyo. De pronto vuelve la cara y me dice: ten paciencia, no te vayas, resiste...

-¡Rápido! ¡Ha perdido el conocimiento! ¡reanimadle...!



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